-¡súbete!, ¡agárrate fuerte!, allá viene un señor, ¡no te muevas!- le decía a Ricardo mientras estábamos encaramados en medio de las ramas de un árbol...
Teníamos algo así como 10 y 9 años respectivamente. Mamá nos había dado unas tortas y una naranja, ella siempre durante toda nuestra vida nos procuró, hasta donde sus posibilidades le permitían (gracias mamá).
Recuerdo bien que los sábados normalmente nosotros no hacíamos tarea, casi siempre la hacíamos en la tarde del viernes, bajo la mirada gangsteríl de mamá.
Aquél sábado tenía la inquietud de salirme, había escuchado en el radio el evento que se iba a dar; como siempre y desde que aprendimos a caminar, Ricardo siempre andaba conmigo. Le dije a mamá del evento y me dio unas monedas para abordar el camión que pasaba en la 241, así se llamaba lo que en la actualidad es la Av. Rojo Gómez.
Yo conocía más o menos la ruta, ya que en algunas ocasiones había tenido que ir al taller en donde trabajaba papá, allá por calz. Ignacio Zaragoza, en la colonia aviación civil. Era mucha la emoción que sentíamos, el camión nos pasó unas calles y nos regresamos caminando, o más bien corriendo.
En la puerta se encontraban policías, agentes de tránsito y motociclistas de policía, he de decir que éstos nos imponían algo de temor.
Frente a lo que parecía una taquilla, veíamos como la gente compraba boletos, -espérate aquí, déjame ver- le dije a Ricardo, mientras le indicaba que se recargara en un coche, y que aguardara.
-¿treinta y cinco pesos? quiero cuatro por favor- escuché decir a un señor; eso yo no lo tenía considerado, metí la mano en mi pantalón corto que vestía, -¡seis pesos!, no pues no se va a poder- pensé mientras regresaba al lugar en donde estaba Ricardo.
-¿qué crees?, no nos va a alcanzar- Ricardo me miró y levantando las cejas me dijo: -¿y ahora?- yo trataba de pensar aunque la angustia y la frustración no me lo permitían; -ven vámonos para allá- comenzamos a caminar, sorteando los puestos que estaban sobre el piso, había de todo: gorras, banderines, chamarras y playeras. Los ojos se nos iban por todos lados, miraba yo a mi hermano mientras pensaba -¡olvídalo carnal!-
La acera por la que caminábamos parecía interminable, nuestra vista no alcanzaba a distinguir el final de aquella enorme banqueta; después de caminar algo así como un kilómetro y feria le dije: -¡nos vamos a brincar!- él volteó a verme como con cierto miedo y al mismo tiempo cierta incredulidad, siguió caminando sin decir nada, tratando de perder de vista en el montón de coches que pasaban.
-¿y cómo le vamos a hacer?- yo buscaba la manera de entrar, miraba aquella enorme barda y a mí también me daba miedo, nos asomamos y vimos policías; esto ponía las cosas un poco más de color de hormiga, -¡vámonos mas para allá!- le dije, mientras acelerábamos el paso, a punto de correr, como si por el hecho de habernos asomado por entre la reja, nos hubiera convertido e delincuentes; doscientos metros mas adelante encontramos un claro, -¡por aquí nos vamos a meter!- le dije a Ricardo mientras él volteaba en todas direcciones -¿y si nos ven?- como que en ese momento sentíamos que todo el mundo nos veía, nos acusaría con los policías que habíamos dejado atrás minutos antes.
Después de algunos momentos de titubeo me dijo -¡sale, órale vamos a brincarnos!-, para ese momento ya él me había contagiado su nerviosismo -¡no espérate, allá viene un coche!- le dije, mientras veía un pesero que daba vuelta en una esquina próxima a la posición en donde nos encontrábamos parados, -¡ya ándale!- me gritó con un tono de desesperación, sin decir palabra alguna trepamos por la cérca de alambre que estaba frente a nosotros.
Al estar a la mitad del camino de aquella cérca, es decir en el punto más alto, que medía cerca de los cuatro metros de altura, volteamos a divisar a los policías que estaban atrás, pero no miraban en dirección nuestra, bajamos rápidamente del otro lado y nos quedamos unos momentos agachados, -vamos a correr hasta donde están esos botes de basura- le decía mientras él vigilaba a los policías, que comenzaban su rondín en sentido contrario a donde nos encontrábamos.
Corrimos tan rápido como nuestras piernas nos permitían, sin voltear, y hasta que el cansancio nos venció, volteamos a para ver hasta donde estaban los policías, y nos esperaba una distancia de unos trescientos cincuenta metros; teníamos la sensación de haber escapado de una prisión, el corazón nos latía muy rápido, parte por la carrera y parte por los nervios que sentíamos, habíamos entrado a aquél lugar de manera ilegal, no contábamos con un boleto.
La sensación de ser un prófugo de la justicia, nos hacía escondernos cada vez que veíamos a cualquier adulto que caminaba en dirección nuestra, aunque éstos estuvieran lejos, nosotros cambiábamos inmediatamente la dirección de nuestros pasos.
Hasta el momento no habíamos tenido mucho problema, hacía mucho calor, serían las doce del medio día, de pronto un estruendo, comparado con el despegue de un avión, nos disparó los nervios al tope máximo de la excitación, el pulso se convertía en tembloroso; estábamos sentados dándole una mordida a nuestras tortas, las regresamos a sus bolsas de plástico a toda prisa, y corrimos hacía el lugar de donde provenía ese ruido que nos hacía que la sangre nos fluyera a alta velocidad.
No nos quedaba saliva en la boca, y corríamos, doscientos metros, ciento cincuenta, cien, cincuenta metros, y de pronto el sonido se alejaba, llegamos a una malla de alambre más miré los árboles que estaban frente a nosotros, escogí el mas adecuado que temporalmente nos pudiera hospedar. trepé ayudando a Ricardo, cuando llegamos a una altura de unos tres metros y medio esperamos... frente a nosotros, una enorme avenida de unos veinte metros de ancho, no tenía rayas blancas pintadas en el pavimento, -¡no te vayas a caer!- le decía a rico, notando la emoción en sus ojos, y con una mirada de súper héroe; tras haber librado una carrera de obstáculos, por fin estábamos ahí, en el podium de los vencedores, quise decirle algo, pero el estruendo de treinta y cinco motores con el escape abierto, no me permitieron decir absolutamente nada. habíamos conquistado juntos, lo que hasta ese momento era la empresa mas difícil de nuestra corta vida, ¡el autódromo de la magdalena mixuca!, ¡estábamos ahí!, los carros pasaban junto a nosotros, a no mas de 10 metros de distancia, la vista que teníamos era envidiable, el aire que hacían los carros al pasar nos refrescaba, con un olor muy particular, como a quemado, pero nada parecido a algún olor conocido hasta entonces, después Ricardo y yo sabríamos que el olor era por el tipo de gasolina mejorada que le ponían a todos aquellos vehículos.
La emoción que sentíamos no tenía comparación; ninguno de nuestros amigos había tenido una experiencia de ese tipo, ni nosotros tampoco, pero en ese momento sentíamos que tocábamos el cielo, fue algo inmensamente maravilloso. para mí era lo máximo, el sentimiento que me embargaba era más de lo que mis pensamientos podían registrar, en cada vuelta de los coches vibraban los nervios, -¡el 5 rebasó al número 12!, ¿lo viste?- le gritaba a Ricardo entre aquel rugido de máquinas; trataba de explicarle las cosas que sucedían a cada vuelta, de pronto al volver a estar con la mirada en dirección de la torre de control, oímos un rechinado de llantas seguido de un fuerte impacto, estábamos abrazados en una rama que traspasaba la malla de alambre por cerca de dos metros y medio, y el árbol estaba ubicado casi al final de la recta principal: desde ese lugar veíamos totalmente los sucesos a partir de la salida de la curva peraltada, toda la recta y el inicio de la curva que se ubicaba al final de la misma recta.
-¿que pasó?- gritó Ricardo, mientras volteábamos a nuestras espaldas, aproximadamente a unos cien metros, había sucedido un accidente en la carrera; un carro se encontraba materialmente abrazado a un árbol con uno de sus costados, había mucho humo, piezas regadas por todos lados, miramos y nadie se movía dentro del coche, unos minutos después pasaron frente a nosotros varias camionetas y una ambulancia. Sacaron al piloto en una camilla, treinta segundos después, una enfermera llevaba un pié del piloto sobre una tela o toalla blanca, ¡estábamos impresionados!
Ese día hubo varias carreras mas, eran como las tres de la tarde y descendimos del aquel árbol... nos habíamos fijado otra meta para ese mismo día....
comenzamos a caminar en dirección al poniente, pasamos junto a las canchas de básquet, después una zona muy arbolada, para ese momento, nuestra confianza estaba por los cielos, por lo que ya no sentíamos tanto miedo que nos vieran; encontramos un pequeño estadio de hockey sobre pasto, después de rodear aquella cancha que tenía u perfecto corte de pasto y que estaba en excelentes condiciones, teníamos a la vista al frente un oscuro paso a desnivel, a la derecha un tribuna que estaba vigilada en las escaleras por policías, evidentemente no intentaríamos pasar por ahí.
agua, basura y excrementos y un fétido olor a orines hacían irrespirable el ambiente de aquel túnel, de unos treinta metros, -cosa fácil- pensé, cuando al final vimos un grupo de unos quince policías, -¡chin, ahí hay mas polis!- le dije a Ricardo, nos detuvimos y nos quedamos viendo uno al otro, con la inseguridad de seguir o regresarnos... decidimos continuar y pasamos desapercibidos junto a ellos, dimos vuelta a la derecha y nos faltaba una reja más; esta tenía una puerta, la cual solo bastaba con abrirla y ya. tan cerca pero tan lejos, fueron como cincuenta pasos que dimos hasta llegar a ella, sin embargo sentimos que fueron cincuenta kilómetros hasta su base, empujamos la puerta, y una vez traspasada le dije a Ricardo -¡ahora si, córrele!-
Corrimos entre un montón de gente, aquel lugar estaba muy concurrido y en unos segundos entre tanta gente, nos perdimos de la vista de los policías.
La gente vestía ropa casual y muy deportiva, comisas con leyendas de marlboro, quacker, stp, y champion, era otro mundo. De pronto vimos de frente a un grupo de unas sesenta personas, que se concentraban en torno a lo que pensamos era algún puesto, en donde venderían algunas cosas; no podíamos pasar, no se veía, nos empezamos a empujar por entre las cinturas de los adultos. Jalando a Ricardo en todo momento hasta que... ¡sorpresa!, frente a nuestros ojos, abiertos como platos, ¡el porsche viceroy de Freddy Van Buren! una vez más en el mismo día lo habíamos hecho, ¡estábamos en la zona de pits del autódromo!
Autos verdes, rojos, negros, había de todos colores y sabores, podías olerlos, tocarlos, podías aunque fuera por un momento, imaginarte al volante de aquellas bellezas. Mientras yo veía un carro Ricardo me gritaba -¡mira, ven a ver!, ¿qué es esto?, ¿para qué sirve esto?, ¿por que tiene tantos botones?- Ricardo me preguntaba como si yo supiera todo, realmente yo estaba tan sorprendido y tan ignorante como él de lo que íbamos descubriendo a cada paso.
de pronto al mirar dentro de la cabina del piloto, un solo asiento de plástico duro, un volante poco convencional y hasta raro, una serie de relojes medidores de no sé que tanta cosa, y un panel de seis u ocho foquitos de colores verdes, amarillos, blancos y , colocados éstos encima de una fila de interruptores de palanca, notamos una estructura tubular que rodeaba por completo el interior de la cabina, convirtiéndola en una jaula prácticamente; también vimos que el coche no tenía cristales ni laterales, ni parabrisas, ni trasero, en su lugar había micas de acrílico muy delgado, tampoco tenía puertas, por lo que pensamos que para entrar, habría que hacerlo a través de la ventana, ésta última con una especie de red, supongo que para protección; la tapa del motor también era de acrílico, no tenía faros. Hasta ese momento, para Ricardo y para mí, era el carro más espectacular que habíamos visto en nuestras cortas vidas. Me llegaba a la mente aquellos juegos que hacíamos hacía unos dos o tres años, en los que tirábamos las sillas de madera de la casa, con el respaldo de éstas al piso, y nosotros metidos entre las patas, simulando que eran nuestros coches, y corriendo en competencia entre los dos...
a cada cosa que veíamos, nos brincaban mas y mas dudas e inquietudes; a lo lejos se veían unos tipos con unos overoles llenos de parches publicitarios, casi todos relacionados con temas de carros, había un par de tipos, uno con pelo rubio; nos quedamos viéndolos por un rato y continuamos el fantástico recorrido de la zona de fosos del autódromo, esa noche nos daríamos cuenta mediante una revista, que aquello tipos eran el mismo Freddy van Buren, memo rojas y un chavito llamado Héctor Alonso Rebaque, que años después corriera en la fórmula uno para la escudería de brahbam.
Pasadas las cinco de la tarde caminamos rumbo a la salida de la puerta principal, entre toda esa gente que comenzaba a desalojar el autódromo, como si viniéramos con boleto pagado, confundidos entre la multitud. En ese momento nos sentíamos igual o más que muchos de caminaban por eses interminables filas; creo que éramos mas, porque muchas de aquellas personas no habían tenido la oportunidad de tocar aquellas joyas de coches, a los que nosotros les habíamos dejado impresas nuestras huellas digitales, hasta en los tubos de escape.
Caminamos muchas calles rumbo a calzada Zaragoza, hasta llegar a la terminal de los camiones, pagamos nuestros pasajes y nos sentamos... sin lugar a dudas, era el mejor momento para continuar comiendo nuestras tortas, que habíamos dejado pendientes al medio día.
Ya en casa platicamos con mamá todo lo pasado, con lujo de detalle, ignoro si ella nos creyó, a decir verdad era demasiado en un día para ser cierto, así es que no la culpo si creyó que estábamos inventando. Recuerdo la cara de Ricardo, altivo por ese día que acabábamos de pasar, y muy contento, me arrebataba la palabra para dar su versión, cuando sentía que a mi me faltaban detalles, o para corregirme en algunas cosas de las que yo hablaba.
Sin pensarlo, ese día se había convertido en el inicio de muchos gustos y aficiones compartidas entre mi hermano y yo. ese día habíamos ido mas allá de lo que nunca hubiéramos soñado, muchas veces habíamos recorrido muchos lugares con nuestra familia, pero lo sucedido ese día simplemente no tenía comparación.
por la noche ya acostados para dormir, no dejábamos de platicar, no estoy seguro quien se quedó dormido primero, tampoco se si en nuestros sueños, montados en alguno de aquellos coches, alguno de los dos había ganado la carrera al otro... de lo que si estoy seguro, es que ese día nunca lo íbamos a olvidar...
Y así fue, nunca lo olvidamos...
Teníamos algo así como 10 y 9 años respectivamente. Mamá nos había dado unas tortas y una naranja, ella siempre durante toda nuestra vida nos procuró, hasta donde sus posibilidades le permitían (gracias mamá).
Recuerdo bien que los sábados normalmente nosotros no hacíamos tarea, casi siempre la hacíamos en la tarde del viernes, bajo la mirada gangsteríl de mamá.
Aquél sábado tenía la inquietud de salirme, había escuchado en el radio el evento que se iba a dar; como siempre y desde que aprendimos a caminar, Ricardo siempre andaba conmigo. Le dije a mamá del evento y me dio unas monedas para abordar el camión que pasaba en la 241, así se llamaba lo que en la actualidad es la Av. Rojo Gómez.
Yo conocía más o menos la ruta, ya que en algunas ocasiones había tenido que ir al taller en donde trabajaba papá, allá por calz. Ignacio Zaragoza, en la colonia aviación civil. Era mucha la emoción que sentíamos, el camión nos pasó unas calles y nos regresamos caminando, o más bien corriendo.
En la puerta se encontraban policías, agentes de tránsito y motociclistas de policía, he de decir que éstos nos imponían algo de temor.
Frente a lo que parecía una taquilla, veíamos como la gente compraba boletos, -espérate aquí, déjame ver- le dije a Ricardo, mientras le indicaba que se recargara en un coche, y que aguardara.
-¿treinta y cinco pesos? quiero cuatro por favor- escuché decir a un señor; eso yo no lo tenía considerado, metí la mano en mi pantalón corto que vestía, -¡seis pesos!, no pues no se va a poder- pensé mientras regresaba al lugar en donde estaba Ricardo.
-¿qué crees?, no nos va a alcanzar- Ricardo me miró y levantando las cejas me dijo: -¿y ahora?- yo trataba de pensar aunque la angustia y la frustración no me lo permitían; -ven vámonos para allá- comenzamos a caminar, sorteando los puestos que estaban sobre el piso, había de todo: gorras, banderines, chamarras y playeras. Los ojos se nos iban por todos lados, miraba yo a mi hermano mientras pensaba -¡olvídalo carnal!-
La acera por la que caminábamos parecía interminable, nuestra vista no alcanzaba a distinguir el final de aquella enorme banqueta; después de caminar algo así como un kilómetro y feria le dije: -¡nos vamos a brincar!- él volteó a verme como con cierto miedo y al mismo tiempo cierta incredulidad, siguió caminando sin decir nada, tratando de perder de vista en el montón de coches que pasaban.
-¿y cómo le vamos a hacer?- yo buscaba la manera de entrar, miraba aquella enorme barda y a mí también me daba miedo, nos asomamos y vimos policías; esto ponía las cosas un poco más de color de hormiga, -¡vámonos mas para allá!- le dije, mientras acelerábamos el paso, a punto de correr, como si por el hecho de habernos asomado por entre la reja, nos hubiera convertido e delincuentes; doscientos metros mas adelante encontramos un claro, -¡por aquí nos vamos a meter!- le dije a Ricardo mientras él volteaba en todas direcciones -¿y si nos ven?- como que en ese momento sentíamos que todo el mundo nos veía, nos acusaría con los policías que habíamos dejado atrás minutos antes.
Después de algunos momentos de titubeo me dijo -¡sale, órale vamos a brincarnos!-, para ese momento ya él me había contagiado su nerviosismo -¡no espérate, allá viene un coche!- le dije, mientras veía un pesero que daba vuelta en una esquina próxima a la posición en donde nos encontrábamos parados, -¡ya ándale!- me gritó con un tono de desesperación, sin decir palabra alguna trepamos por la cérca de alambre que estaba frente a nosotros.
Al estar a la mitad del camino de aquella cérca, es decir en el punto más alto, que medía cerca de los cuatro metros de altura, volteamos a divisar a los policías que estaban atrás, pero no miraban en dirección nuestra, bajamos rápidamente del otro lado y nos quedamos unos momentos agachados, -vamos a correr hasta donde están esos botes de basura- le decía mientras él vigilaba a los policías, que comenzaban su rondín en sentido contrario a donde nos encontrábamos.
Corrimos tan rápido como nuestras piernas nos permitían, sin voltear, y hasta que el cansancio nos venció, volteamos a para ver hasta donde estaban los policías, y nos esperaba una distancia de unos trescientos cincuenta metros; teníamos la sensación de haber escapado de una prisión, el corazón nos latía muy rápido, parte por la carrera y parte por los nervios que sentíamos, habíamos entrado a aquél lugar de manera ilegal, no contábamos con un boleto.
La sensación de ser un prófugo de la justicia, nos hacía escondernos cada vez que veíamos a cualquier adulto que caminaba en dirección nuestra, aunque éstos estuvieran lejos, nosotros cambiábamos inmediatamente la dirección de nuestros pasos.
Hasta el momento no habíamos tenido mucho problema, hacía mucho calor, serían las doce del medio día, de pronto un estruendo, comparado con el despegue de un avión, nos disparó los nervios al tope máximo de la excitación, el pulso se convertía en tembloroso; estábamos sentados dándole una mordida a nuestras tortas, las regresamos a sus bolsas de plástico a toda prisa, y corrimos hacía el lugar de donde provenía ese ruido que nos hacía que la sangre nos fluyera a alta velocidad.
No nos quedaba saliva en la boca, y corríamos, doscientos metros, ciento cincuenta, cien, cincuenta metros, y de pronto el sonido se alejaba, llegamos a una malla de alambre más miré los árboles que estaban frente a nosotros, escogí el mas adecuado que temporalmente nos pudiera hospedar. trepé ayudando a Ricardo, cuando llegamos a una altura de unos tres metros y medio esperamos... frente a nosotros, una enorme avenida de unos veinte metros de ancho, no tenía rayas blancas pintadas en el pavimento, -¡no te vayas a caer!- le decía a rico, notando la emoción en sus ojos, y con una mirada de súper héroe; tras haber librado una carrera de obstáculos, por fin estábamos ahí, en el podium de los vencedores, quise decirle algo, pero el estruendo de treinta y cinco motores con el escape abierto, no me permitieron decir absolutamente nada. habíamos conquistado juntos, lo que hasta ese momento era la empresa mas difícil de nuestra corta vida, ¡el autódromo de la magdalena mixuca!, ¡estábamos ahí!, los carros pasaban junto a nosotros, a no mas de 10 metros de distancia, la vista que teníamos era envidiable, el aire que hacían los carros al pasar nos refrescaba, con un olor muy particular, como a quemado, pero nada parecido a algún olor conocido hasta entonces, después Ricardo y yo sabríamos que el olor era por el tipo de gasolina mejorada que le ponían a todos aquellos vehículos.
La emoción que sentíamos no tenía comparación; ninguno de nuestros amigos había tenido una experiencia de ese tipo, ni nosotros tampoco, pero en ese momento sentíamos que tocábamos el cielo, fue algo inmensamente maravilloso. para mí era lo máximo, el sentimiento que me embargaba era más de lo que mis pensamientos podían registrar, en cada vuelta de los coches vibraban los nervios, -¡el 5 rebasó al número 12!, ¿lo viste?- le gritaba a Ricardo entre aquel rugido de máquinas; trataba de explicarle las cosas que sucedían a cada vuelta, de pronto al volver a estar con la mirada en dirección de la torre de control, oímos un rechinado de llantas seguido de un fuerte impacto, estábamos abrazados en una rama que traspasaba la malla de alambre por cerca de dos metros y medio, y el árbol estaba ubicado casi al final de la recta principal: desde ese lugar veíamos totalmente los sucesos a partir de la salida de la curva peraltada, toda la recta y el inicio de la curva que se ubicaba al final de la misma recta.
-¿que pasó?- gritó Ricardo, mientras volteábamos a nuestras espaldas, aproximadamente a unos cien metros, había sucedido un accidente en la carrera; un carro se encontraba materialmente abrazado a un árbol con uno de sus costados, había mucho humo, piezas regadas por todos lados, miramos y nadie se movía dentro del coche, unos minutos después pasaron frente a nosotros varias camionetas y una ambulancia. Sacaron al piloto en una camilla, treinta segundos después, una enfermera llevaba un pié del piloto sobre una tela o toalla blanca, ¡estábamos impresionados!
Ese día hubo varias carreras mas, eran como las tres de la tarde y descendimos del aquel árbol... nos habíamos fijado otra meta para ese mismo día....
comenzamos a caminar en dirección al poniente, pasamos junto a las canchas de básquet, después una zona muy arbolada, para ese momento, nuestra confianza estaba por los cielos, por lo que ya no sentíamos tanto miedo que nos vieran; encontramos un pequeño estadio de hockey sobre pasto, después de rodear aquella cancha que tenía u perfecto corte de pasto y que estaba en excelentes condiciones, teníamos a la vista al frente un oscuro paso a desnivel, a la derecha un tribuna que estaba vigilada en las escaleras por policías, evidentemente no intentaríamos pasar por ahí.
agua, basura y excrementos y un fétido olor a orines hacían irrespirable el ambiente de aquel túnel, de unos treinta metros, -cosa fácil- pensé, cuando al final vimos un grupo de unos quince policías, -¡chin, ahí hay mas polis!- le dije a Ricardo, nos detuvimos y nos quedamos viendo uno al otro, con la inseguridad de seguir o regresarnos... decidimos continuar y pasamos desapercibidos junto a ellos, dimos vuelta a la derecha y nos faltaba una reja más; esta tenía una puerta, la cual solo bastaba con abrirla y ya. tan cerca pero tan lejos, fueron como cincuenta pasos que dimos hasta llegar a ella, sin embargo sentimos que fueron cincuenta kilómetros hasta su base, empujamos la puerta, y una vez traspasada le dije a Ricardo -¡ahora si, córrele!-
Corrimos entre un montón de gente, aquel lugar estaba muy concurrido y en unos segundos entre tanta gente, nos perdimos de la vista de los policías.
La gente vestía ropa casual y muy deportiva, comisas con leyendas de marlboro, quacker, stp, y champion, era otro mundo. De pronto vimos de frente a un grupo de unas sesenta personas, que se concentraban en torno a lo que pensamos era algún puesto, en donde venderían algunas cosas; no podíamos pasar, no se veía, nos empezamos a empujar por entre las cinturas de los adultos. Jalando a Ricardo en todo momento hasta que... ¡sorpresa!, frente a nuestros ojos, abiertos como platos, ¡el porsche viceroy de Freddy Van Buren! una vez más en el mismo día lo habíamos hecho, ¡estábamos en la zona de pits del autódromo!
Autos verdes, rojos, negros, había de todos colores y sabores, podías olerlos, tocarlos, podías aunque fuera por un momento, imaginarte al volante de aquellas bellezas. Mientras yo veía un carro Ricardo me gritaba -¡mira, ven a ver!, ¿qué es esto?, ¿para qué sirve esto?, ¿por que tiene tantos botones?- Ricardo me preguntaba como si yo supiera todo, realmente yo estaba tan sorprendido y tan ignorante como él de lo que íbamos descubriendo a cada paso.
de pronto al mirar dentro de la cabina del piloto, un solo asiento de plástico duro, un volante poco convencional y hasta raro, una serie de relojes medidores de no sé que tanta cosa, y un panel de seis u ocho foquitos de colores verdes, amarillos, blancos y , colocados éstos encima de una fila de interruptores de palanca, notamos una estructura tubular que rodeaba por completo el interior de la cabina, convirtiéndola en una jaula prácticamente; también vimos que el coche no tenía cristales ni laterales, ni parabrisas, ni trasero, en su lugar había micas de acrílico muy delgado, tampoco tenía puertas, por lo que pensamos que para entrar, habría que hacerlo a través de la ventana, ésta última con una especie de red, supongo que para protección; la tapa del motor también era de acrílico, no tenía faros. Hasta ese momento, para Ricardo y para mí, era el carro más espectacular que habíamos visto en nuestras cortas vidas. Me llegaba a la mente aquellos juegos que hacíamos hacía unos dos o tres años, en los que tirábamos las sillas de madera de la casa, con el respaldo de éstas al piso, y nosotros metidos entre las patas, simulando que eran nuestros coches, y corriendo en competencia entre los dos...
a cada cosa que veíamos, nos brincaban mas y mas dudas e inquietudes; a lo lejos se veían unos tipos con unos overoles llenos de parches publicitarios, casi todos relacionados con temas de carros, había un par de tipos, uno con pelo rubio; nos quedamos viéndolos por un rato y continuamos el fantástico recorrido de la zona de fosos del autódromo, esa noche nos daríamos cuenta mediante una revista, que aquello tipos eran el mismo Freddy van Buren, memo rojas y un chavito llamado Héctor Alonso Rebaque, que años después corriera en la fórmula uno para la escudería de brahbam.
Pasadas las cinco de la tarde caminamos rumbo a la salida de la puerta principal, entre toda esa gente que comenzaba a desalojar el autódromo, como si viniéramos con boleto pagado, confundidos entre la multitud. En ese momento nos sentíamos igual o más que muchos de caminaban por eses interminables filas; creo que éramos mas, porque muchas de aquellas personas no habían tenido la oportunidad de tocar aquellas joyas de coches, a los que nosotros les habíamos dejado impresas nuestras huellas digitales, hasta en los tubos de escape.
Caminamos muchas calles rumbo a calzada Zaragoza, hasta llegar a la terminal de los camiones, pagamos nuestros pasajes y nos sentamos... sin lugar a dudas, era el mejor momento para continuar comiendo nuestras tortas, que habíamos dejado pendientes al medio día.
Ya en casa platicamos con mamá todo lo pasado, con lujo de detalle, ignoro si ella nos creyó, a decir verdad era demasiado en un día para ser cierto, así es que no la culpo si creyó que estábamos inventando. Recuerdo la cara de Ricardo, altivo por ese día que acabábamos de pasar, y muy contento, me arrebataba la palabra para dar su versión, cuando sentía que a mi me faltaban detalles, o para corregirme en algunas cosas de las que yo hablaba.
Sin pensarlo, ese día se había convertido en el inicio de muchos gustos y aficiones compartidas entre mi hermano y yo. ese día habíamos ido mas allá de lo que nunca hubiéramos soñado, muchas veces habíamos recorrido muchos lugares con nuestra familia, pero lo sucedido ese día simplemente no tenía comparación.
por la noche ya acostados para dormir, no dejábamos de platicar, no estoy seguro quien se quedó dormido primero, tampoco se si en nuestros sueños, montados en alguno de aquellos coches, alguno de los dos había ganado la carrera al otro... de lo que si estoy seguro, es que ese día nunca lo íbamos a olvidar...
Y así fue, nunca lo olvidamos...